miércoles, 18 de diciembre de 2019

UN DÍA ESPECIAL (Comienzo). Fragmento de "TRES HISTORIAS UN POCO FUERTES"


      Amigas y amigos lectores. Antes de contarles la historia de Ingrid y Gérard me gustaría hacerles algunas recomendaciones. La primera de ellas es que esta narración sea leída en voz suave junto al oído de su pareja; sugiero que busquen un lugar cómodo para la lectura, quizá un elegante sofá de estilo imperio con atrevidos tejidos dorados, o puede que, aún mejor, tumbados sobre un romántico lecho, con la espalda y la cabeza apoyadas en gruesos almohadones y, si ello es posible, desprovistos de cualquier prenda que impida las caricias directas sobre la piel de su compañero o compañera. Seleccionen, en cualquier caso, un lugar en el que puedan liberar las fantasías que, como es mi deseo, les inspiren estas páginas.

     La segunda recomendación consiste en que procedan a su lectura con la mente, y a ser posible también las piernas, totalmente abiertas. Esta premisa es necesaria dada la descripción de los hechos tremendamente morbosos, incluso feroces, de los que son partícipes los protagonistas, sucesos que pueden escandalizar a determinadas personas, pero también, eso espero al menos, estimular a otras menos mojigatas para abandonarse a una forma de erotismo sobrecogedoramente apasionada.
      Si les indigna esta lectura no puedo evitar sentir cierta pena por ustedes pues, aunque no sea su estilo disfrutar de los goces carnales que voy a referirles, sentir indignación ante ellos implica que son portadores de excesiva ranciedad y estrechez mental. También es posible que, sin ser fervorosos practicantes de estos juegos, sepan apreciar el ardiente erotismo que emana de ellos y los adapten a sus gustos personales. Por otro lado, quizá ya se hayan atrevido a disfrutar previamente de lances similares y, en ese caso, es probable que esta lectura les abra nuevas posibilidades para aumentar su goce.
      En tercer lugar, tengan presente que todo cuanto voy a contarles es absolutamente real, no se trata de un producto de mi fantasía como hago en otros escritos. Tengo la absoluta certeza de que es así porque la historia me fue narrada en primera persona por mi querida amiga Ingrid y su guapo marido Gérard, protagonistas de los libidinosos hechos aquí relatados. Debo reconocer que, cuando mis amigos me contaron su excitante velada lo hicieron con tal profusión de detalles que, sin poder evitarlo, me terminé corriendo en su presencia tan sólo por imaginarme participando con ellos de todo cuanto me contaban. Pueden estar seguros de que mi orgasmo fue verdadero.
      También me gustaría pedirles por anticipado que perdonen una licencia que me he tomado con el vocabulario. En ocasiones me referiré a los atributos sexuales por sus nombres convencionales: pechos, pene, glande, testículos, vagina, nalgas y demás expresiones similares; en otras los nombraré de modo coloquial: tetas, polla, capullo, huevos, coño, culo, etc., tal y como nos gusta hacer a Ingrid, Gérard y a mí. Espero que sepan apreciar mi atrevimiento.
      Ahora voy a presentarles a los protagonistas: Ingrid y Gérard. Conozco a ambos desde hace algún tiempo cuando acudieron a un taller que impartí sobre el relato erótico en la historia. El carácter abierto, entusiasta y alegre de la pareja facilitó que entabláramos una intensa amistad.
      Ambos son jóvenes; Ingrid tiene veintiséis años y Gérard veintiocho. Son guapos, muy guapos y ricos, muy ricos. Los dos son altos; Gérard supera el metro ochenta —lo digo a ojo— e Ingrid pasará del metro setenta y cinco. Él es moreno, ella tiene el pelo castaño claro; la piel de Gérard es ligeramente bronceada, como corresponde a su genética mediterránea, Ingrid la tiene muy clara, con las mejillas graciosamente sonrosadas, evidenciando su origen nórdico. Ambos tienen los ojos azules. Él es un deportista musculoso, con el cuerpo trabajado tanto al aire libre como en el gimnasio; ella también es deportista, aunque no tan musculada, manteniendo una figura perfectamente sensual y femenina.
         Dije que son ricos, muy ricos. Las familias de ambos tienen suficiente dinero como para no necesitar trabajar en toda su vida, incluso en muchas vidas; pero los dos tienen también, a pesar de su juventud, exitosas carreras profesionales. Ingrid y Gérard trabajan en el Principado de Mónaco y, aunque no viven allí; poseen una casa, mejor dicho, una mansión, en una conocida población cercana de la Costa Azul Francesa, turística, sí, pero más tranquila y discreta que la populosa y ajetreada Montecarlo. Él ejerce un cargo diplomático en su embajada en el Principado y ella, bióloga de carrera, es la joven fichaje en una prestigiosa institución científica del país. Por cierto Mónaco es el lugar donde ambos se conocieron.
      En cuanto a sus aficiones, al margen del deporte, Ingrid y Gérard son expertos gourmets. Disfrutan visitando restaurantes de tipo vanguardista donde sirven sofisticados menús degustación. Gozan de una bodega personal en la que almacenan las más exclusivas referencias de vinos y champanes. Ambos están enganchados a los programas televisivos de cocina, donde conocen los fogones y lo chefs más afamados del mundo y, como consecuencia, son adictos a viajar para comer en los lugares más exóticos que se puedan imaginar. También son aficionados a la lectura y, quiero pensar, fans de mis libros.
      Como pareja estuvieron saliendo aproximadamente un año, después comenzaron a vivir juntos durante seis meses, época en la que yo les conocí. Ahora llevan otros seis meses casados. La casa en la que viven la compraron y reformaron casi desde el principio de su convivencia.
      Podría decirse, y sería necio opinar lo contrario, que Ingrid y Gérard lo tienen todo: Juventud, salud, riqueza y reconocimiento social. Todo eso es cierto. Pero quien los conoce puede disfrutar junto a ellos de una compañía inteligente y afable, nada clasista, siempre abiertos a compartir generosamente su tiempo e incluso sus recursos, con personas totalmente dispares.
      Pero Ingrid y Gérard guardan un secreto del que, al parecer, yo soy la única y afortunada partícipe: Los juegos de alcoba que la caliente e inspirada mente de mi querida amiga imagina primero para después aplicarlos sobre su esposo. Ya sé lo que piensan, dirán que tras la publicación de este relato el secreto dejará de serlo, que se convertirá en vox populi y será la comidilla de todo el mundo, pero nada más lejos de la realidad. Ingrid y Gérard no son los nombres que figuran en sus respectivos documentos, nadie a quien conocieran sabría referirse a ellos de ese modo. Y tampoco se me ha ocurrido a mi llamarlos así para proteger su identidad, Ingrid y Gérard son los nombres que ambos eligieron para sus juegos alcoba y yo he respetado su deseo; cuando uno de ellos se dirige al otro usando el nombre secreto, inmediatamente se desarrolla entre las piernas de ambos amantes un fuego intenso, que solo podrá ser sofocado con el apasionado encuentro que satisfaga sus más morbosos deseos.
      Ahora les contaré la historia tal y como me fue narrada. Ingrid comenzó lanzándome una pregunta intrigante:
      —¿Sabes lo que le hice el otro día a mi marido? Levántate Gérard, desnúdate del todo.
      Y, ante mi asombro, Gérard se desnudó completamente. Después comenzó la narración.


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