CAMBIO DE TURNO
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Los dos cadáveres seguían el mismo patrón: desnudos,
atados e inmovilizados en un abrazo grotesco, las narices obstruidas con trozos
de su propia ropa interior y los labios pegados entre sí con cianocrilato en un
beso imposible de soltar, y que obligaba a los amantes a robar el aire del otro
hasta que el primero moría y, poco después lo hacía el siguiente. No podía
haber ningún superviviente.
—Ora vez Cupido —dijo el comisario Villeneuve con un
gesto de evidente desagrado—.Los cuerpos están muy deteriorados. ¿Cuánto tiempo
llevarán muertos?
—Tendremos que esperar al informe preliminar —respondió
la inspectora Bonnet mientras intentaba disimular una nausea—, aunque Lécuyer
opina que no más de dos días.
—¿Dos días? —Se extrañó el comisario—. Los cuerpos
parecen mucho más deteriorados que eso.
—¡Cangrejos! —comentó el inspector Géroux mientras se
acercaba— Los cuerpos han sido comidos por cangrejos. Miren estas rocas, con
marea alta salen los cangrejos para comer. Y seguro que los peces también se
han dado un festín. Mañana los atraparán los pescadores y comeremos peces bien
alimentados. Y cangrejos. En estas rocas hay miles. Renuncio a la bouillabaisse
por unos días.
La inspectora Bonnet se revolvió aún más. Para
desconectar de la visión de los cadáveres dio unos pasos hacia los arrecifes
donde rompían las olas y recorrió con la vista el escenario: Una pequeña cala a
poca distancia de Èze llamada Criques du Cap Estel, conocido emplazamiento
nudista en la región de Niza. Poca arena, muchas rocas y el mediterráneo
batiendo con cierta fuerza sobre ellas.
—Evidentemente los mató aquí —afirmó Bonnet. No puede
cargar con dos cuerpos muertos por ese acantilado.
—Probablemente —contestó Géroux—, pero no podemos
descartar que los descolgara por el muro de la vía del tren —siguió diciendo
mientras señalaba un elevado talud de mampostería que caía desde unos quince
metros de altura sobre el lugar en el que se encontraban—. O que los arrojara
desde arriba.
—Aun así es complicado —opinó Bonnet—. Tendría que haber
arrastrado los cuerpos unos veinte metros desde la carretera hasta la vía,
elevarlos sobre la barandilla y soltarlos. Demasiado complicado tratándose de
dos cuerpos juntos. Los mató aquí.
—En fin —intervino Villeneuve—. Dejemos que la científica
termine su trabajo. Ellos nos dirán cómo llegaron los cuerpos hasta esta playa.
Y si esos destrozos en los cadáveres no los han ocasionado los cangrejos
significará que Cupido ha incluido un nuevo elemento en su ritual.
—¡Cangrejos! ¡Qué asco! —Terminó diciendo Géroux mientras
se daba la vuelta y comenzaba el camino de regreso.
Los crímenes de Cupido habían comenzado dos años atrás.
El mote lo creó la prensa al hacerse eco de los primeros asesinatos, una joven
pareja de Niza; él de treinta y dos años y ella de veintiocho. Aparecieron
desnudos y abrazados, atados fuertemente el uno al otro con los brazos de la
mujer rodeando el cuello del hombre mientras que él la abraza por la espalda
bajo los hombros, las rodillas de ella colocadas sobre los muslos de él,
manteniendo esta posición por una compleja atadura; tenían fragmentos de su
propia ropa interior taponándoles los orificios nasales y los labios de ambos
habían sido pegados con cianocrilato en un beso forzado mientras aún estaban
vivos. Ambos murieron asfixiados. En el interior de ella se encontró semen de
su acompañante, probablemente fruto de una relación mantenida antes de que el
asesino los asaltara. No existían evidencias incriminatorias de ningún tipo: ni
signos defensivos, ni rastros de violencia, ni drogas en su organismo, ni
huellas, ni rastros biológicos que no pertenecieran a las víctimas. La cuerda
utilizada era de uso común en navegación y el pegamento utilizado se podía
adquirir en infinidad de comercios. Ambos se encontraban en el dormitorio de su
propia casa y la puerta estaba cerrada y sin forzar y las ventanas también
cerradas. Los cadáveres se descubrieron a los cuatro días gracias a la
intervención de la policía tras una denuncia por desaparición.
Un año después se produjo un crimen similar, cuerdas
atando dos cuerpos abrazados, pegamento en los labios, restos de ropa interior
en los orificios nasales y muerte por asfixia. En esta ocasión los cuerpos,
pertenecientes a una pareja veinteañera, se encontraron en el interior de un
coche aparcado en un lugar frecuentado por parejas jóvenes para encuentros
amorosos.
A finales de ese año se encontró un tercer escenario en
otro domicilio con otras dos víctimas, esta vez dos hombres atados del mismo
modo, muertos mediante idéntico ritual y, como siempre, el semen de uno en el
interior del cuerpo del otro.
Ahora tenían delante estos dos nuevos cadáveres, hombre y
mujer, todavía sin identificar pero con aspecto de rondar los treinta años.
Cupido no era un asesino compulsivo, no se prodigaba
mucho en el crimen; cuatro asesinatos en poco más de dos años, aunque entre el
tercero y el cuarto transcurrieron tan sólo cuatro meses. No dejaba rastro, la
cuerda utilizada pertenecía toda a una misma partida de la que se vendieron en
distintos establecimientos de la zona no menos de cuatro mil metros; en toda
Francia se vendieron más de veinte mil en locales de efectos náuticos, sin
contar otros tres mil metros que se despacharon por internet. Todos los
crímenes fueron cometidos en Niza y alrededores. Sólo había un patrón claro
entre las víctimas: el asesino atacaba únicamente a parejas, pero nada más se
repetía. Asaltaba tanto a homosexuales como heterosexuales, jóvenes o mayores,
casados o sin casar; realizaba los crímenes en el propio domicilio de las
víctimas o en el exterior y, además, sin que se hubiera podido comprobar una
relación evidente entre las distintas parejas asesinadas; pero siempre actuaba
de noche y, al parecer, cuando dichas parejas acababan de hacer el amor.
Evidentemente los espiaba, tenía fácil acceso a ellos y no necesitaba usar la
violencia para someterles.
La inspectora Camille Bonnet llevaba el caso desde el
principio, repasando horas de videos de seguridad en calles y establecimientos
cercanos a los escenarios, persiguiendo matrículas fantasma de coches anodinos,
acosando con preguntas retorcidas a vecinos y familiares, siguiendo un sinfín
de pistas falsas propiciadas por los lectores de periódicos locales y los
espectadores de televisión. Pero Cupido no dejaba rastro. Aparecía y
desaparecía de los escenarios como un soplo, sin una sola pisada, ni siquiera
en la arena de este escenario de la playa.
“Claro que dejó huellas en la arena” —se dijo Camille—
Pero la marea las ha borrado—. “Sabía a qué hora subía la marea, merodeó por la
zona buscando víctimas, las localizó y esperó al momento adecuado, cuando no
había testigos, cuando esa pareja estaba haciendo el amor, los atemorizó de
alguna manera, los ató, pegó sus labios, taponó sus narices y los dejó morir de
asfixia mientras el agua los iba cubriendo. Empezaré por averiguar las horas de
las mareas en los dos últimos días. Testigos… Una playa nudista a finales de
noviembre no debe ser muy visitada. No habrá testigos. Seguro que actuó de
noche”.
Camille intentaba no ser popular en la comisaría. No era
la primera mujer policía en Niza, evidentemente, pero seguían siendo una minoría
entre un grupo de machos endiosados; Marsella o París eran distintas, había
muchas más mujeres en el servicio, pero en provincias no. Si los hombres
siempre se han creído una casta superior por el hecho de ser hombres, cuando se
les daba una placa y una pistola la testosterona bramaba su preeminencia. El
comisario Villeneuve no escapaba a la norma; es cierto que intentaba marcar
distancias, aparentando mantener un trato profesional con sus empleados, lo que
Camille agradecía, pero no se inmiscuía en las bromas machistas que
recurrentemente se vertían sobre ella y, además, tampoco disimulaba mucho las
miradas penetrantes que dedicaba ocasionalmente a la inspectora.
Camille buscaba huir de dichas miradas trabajando en la
calle cuanto le fuera posible y, en los ratos que debía pasar en la comisaría,
recluyéndose en su cubículo, protegiéndose tras el ordenador, buscando
información con el teléfono y, sobre todo, adoptando un aspecto masculino en su
indumentaria, ocultando la buena forma de su anatomía, recogiéndose el pelo en
una discreta coleta y usando unas gafas que no necesitaba. Aun así, las burlas
y los comentarios soeces eran frecuentes.
—Gajes del oficio —opinaba Villeneuve—. Qué esperas de un
grupo de hombres, babean en cuanto ven unas tetas, pero son buenos chicos; no
se dan cuenta de las gilipolleces que hacen. No le des ninguna importancia, son
sólo bromas para aliviar tensiones. Tienes que comprenderlos.
Géroux, su ayudante, no era muy distinto; discreto y
eficaz, sí, pero condescendiente. No llevaba muy bien estar subordinado a una
mujer y, cuando se irritaba, llegaba a ser arrogante mostrando conductas un
tanto misóginas aunque, generalmente, era un buen tipo; siempre y cuando se le
diera la razón con frecuencia, claro está.
Esa tarde, cuando se guareció en su cubículo, encontró
dos pollas dibujadas y recortadas en papel y pegadas con cianocrilato en su
mesa con los glandes dándose un beso y goteando semen. Camille se resignó, no
buscó culpables a su alrededor e intentó arrancarlas con las uñas infructuosamente.
Oyó unas cuantas risas tras las mamparas circundantes, levantó levemente la
cabeza sin ver a nadie que no estuviera disimulando, se centró de nuevo en la
tarea pero esta vez usando el cargador de su pistola a modo de espátula
obteniendo mejores resultados; eliminó la mayor parte del papel pero la mesa
quedó totalmente arañada. Puso un expediente encima y se olvidó del asunto.
Había aprendido que eso era lo mejor.
Se ocupó de otro caso en el que estaba trabajando
previamente a la reaparición de Cupido: Un crimen pasional con un martillo en
un garaje; parecía sacado del juego del Cluedo. Ya estaba resuelto; un hombre
había acabado con su amante porque ésta no se divorciaba del marido millonario.
Todo muy original. Encontraron un montón de evidencias, testigos, arma
homicida, sangre, pelos, grabaciones y al asesino intentando huir hacia Mónaco
o Italia. Quedaba hilvanar los últimos flecos y redactar el informe.
—¿Qué estás haciendo? —Le preguntó Villeneuve.
—Estoy con el caso Travert.
—Déjalo y céntrate en Cupido. El Prefecto quiere
prioridad en este asunto.
—Sólo me queda redactar el informe…
—Que se ocupe Géroux. Tenemos
que encontrar algo que nos permita avanzar. Dedícale todo el tiempo.
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Hola guapa, pues un inicio de lectura interesante, eso sí... que mal todo ese machismo alrededor de la inspectora!
ResponderEliminarHola Resi, gracias por comentar. No te preocupes por el machismo, esto sólo es un cuento, no la vida real. Camille está pensando cómo reaccionar ante sus compañeros, pero no adelantaré nada.
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