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Ocupó la tarde en recorrer la zona buscando cualquier
cosa que se le hubiera escapado al equipo de rastreo y a la científica. También
ordenó a varios agentes que localizaran todas las cámaras de vigilancia
cercanas, aunque de poco servirían esos datos hasta que tuviera el informe
forense indicando la hora exacta, causa de la muerte y cómo llegaron los
cuerpos a ese lugar; de todos modos identificó posibles testigos en un hotel
cercano y solicitó los videos de seguridad de una gasolinera próxima.
Bien entrada la noche llegó a su casa. Henri llevaba tiempo
esperando; había preparado un gratin dauphinois que olía de maravilla, bien
cargado de queso. Camille apreció el aroma nada más abrir la puerta y se sintió
inmediatamente reconfortada. Abrazó a Henri que tenía el delantal todavía
puesto, pues se hallaba rellenando de mermelada unas crêpes para el postre.
—¿Qué tal el día amor? Te veo cansada —comentó antes
de besarla en los labios.
—Otra vez Cupido. Ha sido un día complicado. Sí, estoy
cansada. Deja que me cambié de ropa, me aseo un poco y cenamos. Creo que hoy me
acostaré pronto. ¿Qué tal tu día?
—Un aburrimiento. Llevo toda la semana clasificando los
Acanthopleuroceras almacenados en el museo para actualizar la exposición. Y
todavía no puedo abrir la donación Béringer que debe tener buenas sorpresas
aparte del ictiosaurio, no sabes las ganas que tengo de verlo ya de una vez.
Camille se iba alejando hacia el baño mientras su marido
seguía hablando.
—Ya veo, querida esposa. ¡Hasta a ti te aburre mi día! No
tardes que se enfría el gratin.
Para la cena Camille se había puesto un pijama afelpado
muy femenino y confortable, de un estilo totalmente opuesto a la ropa casi
masculina que vestía en su trabajo. Acompañaron el gratín con un buen vino
rosado de Provenza y los crêpes con un Jurançon dulce.
—Mañana tenemos una celebración especial —anunció Henri.
—Mañana es jueves. No podemos celebrar nada —dijo Camille
con cierta desgana.
—Pues lo retrasamos al sábado o al domingo, pero tenemos
que celebrarlo.
—¿Qué es lo que hay que celebrar? No es ni tu cumpleaños
ni el mío, los santos de cada uno hace tiempo que los tenemos olvidados, el
aniversario de boda tampoco…
—Parce mentira. Yo pensaba que las mujeres teníais
conciencia de cada evento especial: la primera vez que te miré el escote, la
primera ocasión que comimos juntos o que compartimos un helado…
—Siento no ser la mujer perfecta. No recuerdo qué tenemos
que celebrar. Y tampoco estoy para celebraciones. Me están presionando mucho en
el trabajo.
—¿Por el asunto de Cupido?
—Sí, por Cupido. Pero, además, estoy hasta los cojones de
los gilipollas de mis compañeros. ¡Hatajo de imbéciles! Hoy me han destrozado
la mesa pegando unas estúpidas pollas de papel.
—No me extraña que andes desquiciada con esa piara que
tienes por compañeros. No sé qué aconsejarte. Sólo me dan ganas de matarlos
pero, claro, acabarías descubriendo que he sido yo y me mandarías a la cárcel.
Eres la mejor policía del país. Terminarás atrapando a Cupido.
—Ya no tengo nada claro que lo pueda atrapar. Seguimos
sin ningún rastro, nada que nos indique algún dato personal, ni tan siquiera
podemos adivinar si es hombre o mujer.
—Imagino que habréis hecho algún perfil…
—Sí, claro, pero perdóname Henri, sabes que no puedo
comentar ningún aspecto de la investigación…
—Salvo las filtraciones que salen en prensa —interrumpió
el marido—. Sé que ata a sus víctimas, pega sus labios y tapona sus narices.
—Ya sabes suficiente, no puedo decirte más.
—Sé también que los ata abrazándose, como si quisiera
perpetuar una escena de amor.
—¡Qué romántico! Por eso la prensa le llama Cupido.
—Camille —dijo Henri poniendo un tono serio—. ¿Has
pensado que puede estar recreando alguna escena familiar?
—¿Te refieres al trauma de haber descubierto a sus padres
follando o algo así? ¡Claro que lo hemos pensado. Buena parte del perfil se
basa en esas ideas. Pero son todo conjeturas. Y, desde luego, si debemos
considerar sospechosos a todas las personas que presenciaron sexo entre sus
padres tendremos que interrogar a media Francia.
—Te doy una idea. La descripción que hace la prensa sobre
la forma en que ata a las parejas me parece muy teatral, casi escultural; como
si representara un cuadro o una escultura clásica, Dafnis y Cloe, Eros y
Psiqué, o el beso de Rodin. Sabes que lo mío son las antiguallas y la museística;
conozco muchas de esas referencias. ¿No puedes decirme cómo es la posición
exacta? ¿Ni tan siquiera un dato del escenario?
—Lo siento Henri, no puedo comentar nada de eso —respondió
Camile dubitativa, sopesando la idea que acababa de recibir y pensando en
investigarla al día siguiente.
—Descríbeme, al menos, la postura exacta en la que están
atados. Probablemente sea una estupidez por mi parte, pero me quedo más
tranquilo sintiendo que te puedo resultar útil y quitarte algo de presión.
Pienso que si la posición de las víctimas se corresponde con algo que conozca
te puede aportar alguna nueva hipótesis de trabajo. Y si no conozco nada
parecido tampoco te hago perder el tiempo.
—De acuerdo —dijo Camille entre resignada y convencida—.
Los coloca uno frente al otro besándose, con los labios pegados sin dejar
ningún resquicio por el que pueda entrar aire y les tapona las vías nasales con
su ropa interior. Hace que ella rodee con sus manos el cuello del hombre,
mientras que él la abraza justo bajo los hombros. Ambos tienen las piernas en
posición fetal, las rodillas de ella sobre los muslos de él. Todo esto lo
consigue mediante ataduras y nudos muy aparatosos de tipo shibari.
—¿Shibari? —Preguntó Henri riéndose.
—Sí, shibari. Ya sé que te resulta gracioso.
—Pues tú eres una experta en eso…
—Yo no soy tan retorcida como Cupido. Lo mío es más
sensual más erótico y artístico —Dijo Camille riéndose también.
—¿Lo ves? Tú misma lo has dicho: Artístico. Quizá Cupido
busca reproducir alguna escena que haya visto en una exhibición de shibari,
aunque la descripción que me has hecho me inspira otra cosa. Déjame un momento
que traiga el portátil.
Henrí acudió al salón y volvió con el ordenador, lo
conectó, tecleó unas cuantas veces y giró la pantalla hacia su esposa:
—¡Ajá! —exclamó satisfecho—. Aquí está.
Camille observó la imagen de dos esqueletos abrazándose
en una posición idéntica a la que presentaban las víctimas de Cupido.
—¡Demonios! —dijo mientras se apropiaba del ordenador
tremendamente sorprendida—. ¿Quiénes son estos muertos?
—Son los Amantes de Valdaro, encontrados cerca de Mantua.
Pero no son víctimas de Cupido, tienen seis mil años de antigüedad. Actualmente
están en el museo de Mantua.
—¡Es idéntico! ¡Es exacto! —Siguió exclamando Camille—.
¿Cómo no lo hemos visto antes?
—Imagino que tus archivos y los míos son diferentes. Por
otro lado vosotros encontrasteis cuerpos completos, no esqueletos. Supongo que
es difícil relacionar un crimen con un resto arqueológico...
—Por favor, envíame estos datos a mi correo.
—Dame un segundo —dijo Henri recuperando su portátil—.
Listo. De todos modos hay mucha información sobre este hallazgo. No creo que te
cueste encontrar más referencias. Yo buscaré, si te parece bien, toda la
documentación académica que pueda localizar. Quizá te resulte útil.
—Sí, sí —dijo Camille—. Gracias Henri. Esto es muy muy
interesante. Creo que da un nuevo enfoque a toda la investigación. Ya
suponíamos en el perfil que este tipo es muy inteligente, probablemente con
estudios superiores; y esto parece corroborarlo, además acota los aspectos más
relevantes que parecen interesarle: Arte, historia, prehistoria…
—Y shibari —añadió Henri riéndose de nuevo.
—Olvídate del shibari. Lo hace muy mal. No sigue ninguna
escuela y parece un simple aficionado que sólo ha visto fotos e intenta
imitarlas de mala manera. Esa pista nunca nos condujo a ningún lado.
—Dijo la experta —Se burló su marido.
—¡Pues claro que soy una experta! Este fin de semana te
lo demostraré.
—Y, a propósito, ¿Todavía no recuerdas qué tenemos que
celebrar?
—Lo siento, no tengo ni idea. Sácame de dudas.
—Mañana se cumplen diez años desde que me ataste y
azotaste por primera vez —sentenció Henri.
—¡Joder! —Dijo Camille—. Eso es importante. Mil gracias
por recordármelo. Te confirmo que este fin de semana lo celebraremos como se
debe hacer. Tenlo por seguro.
—No esperaba menos de ti, mi amor —apuntó Henri
satisfecho.
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Me ha encantado el relato, espero seguir la serie.
ResponderEliminarUn beso.